domingo, 10 de octubre de 2010

Contando un trimestre: Capítulo 2

Se sentó en la silla de oficina color espárrago, desgastada por los años; y puso su barbilla encima de la mesa, con las manos tapando sus ojos cerrados. Empezaba a entrar en ese estado de desesperación en el que entraríamos absolutamente todos si un día fueramos a trabajar y encontrásemos sobre la mesa una carta de despido. En ese momento, no quería hacer nada, tampoco trabajar, solo quería que ocurriese una catástrofe y el edificio se desplomara sobre su cabeza. No sabía que hacer. Al final optó por ir a visitar a su jefe y hablar con él. Quería matarle, decirle que le fuera bien y gritarle que nunca volviera a contar con ella para nada; pero al fin y al cabo ¿De que serviría decirle todo eso? Decidió que iría para darle la carta y se largaría de ese sitio de mala muerte. No se planteó ni por un momento el hecho de suplicarle que rectificara, ni ninguno de esos métodos que usaba la gente que nunca funcionaban. Se encaminó hacia la oficina principal, y al entrar encontró a su jefe revisando carpesanos enormes con facturas que llevaban impresos números infinitos sobre el papel. Él ni siquiera la miró, pese a saber que estaba allí.
-Señor director, vengo a entregarle la carta de mi despido firmada. Que le vaya bonito, yo me voy ¡Chao!- dijo Rosa. Dicho y hecho, cogió el ascensor y le dijo adiós a la secretaria de la entrada. Se sentó en el primer banco que vió al salir a la calle y se puso a pensar en su destino. Pasó horas meditando sobre los oficios que podía conseguir con su currículum. Allí estuvo durante cuatro horas hasta que decidió volver a su pequeño apartamento en la calle Cardenales. Abrió la puerta de madera blanca, y se estiró en la cama. Aquel día Rose no cenó, no se lavó el pelo, no bebió la manzanilla que se tomaba cada día ni puso el despertador a las seis, pero soñó. Soñó con dos chicas de unos trece años, una alemana y otra peruana. Intentaban hablar, pero no entendían nada de lo que la otra explicaba. Al final, se iban cada una por su lado. La escena se repitió tres veces. Cuando a la mañana siguiente Rosa se levantó a las doce, no solo supo que una nueva vida empezaba, tambien tuvo la certeza de que esa mañana iría a la tienda de ropa más cursi que encontrara solo para probarse ropa, y tenía bastante claro de que iba a trabajar.

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